¡ BASTA DE RATAS !
Sabemos el flagelo que encierra una plaga de ratas para una casa.
Se dice que en Oriente las adoran. Así, por ejemplo, existe un templo al noroeste de la India donde se mantienen unas 20000 ratas con vida, en la creencia de que son las reencarnaciones de Karni Mata. Las alimentan con granos y leche. Ser tocado por una de ellas se considera una bendición.
En nuestro querido occidente la palabra “rata” tiene una indudable asociación negativa, que reconoce como origen histórico la propagación de enfermedades mortales (vg. la peste negra).
Especialmente, se las considera un animal peligroso, sucio, parasitario y ladrón de comida. Calificar a una persona con el mote de “rata” implica acusarlo de estar envuelto en algo sospechoso y deshonesto.
Por último “rata” es un término que usan los criminales para referirse a un informante o traidor, y también para designar a un “ratero” o ladrón, o a un defraudador. En política es utilizado para referirse a los miembros corruptos de esa clase.
Yendo al tema que nos convoca, todos convendremos en que una Rata suelta en la ciudad puede causar desastres. Pero creo que Uds. nunca se han preguntado qué pasaría si la más jodida de ellas lograra meterse en la Oficina de Personal (encima, en una municipalidad de medio pelo).
Ciertamente los efectos podrían ser catastróficos, porque sus efectos repercutirían sobre el bolsillo de todos nosotros: los contribuyentes. La cuestión se agravaría si se ensañara con ciertos legajos en particular; o si quisiera borrar con sus fauces los nombres inconvenientes para colocar sobre esos blancos a sus amigos o secuaces.
Esto estaría pasando en el municipio del revés, donde los ediles adictos a la droga K acusarían a la gloriosa Yrigoyenista de nombrar punteros políticos sin ningún retaceo. Lo dicho me causa mucho más estupor cuando busqué en los medios una respuesta tenaz ante estas serias acusaciones y sólo encontré un vacío absoluto.
“Quien calla otorga, m’ijo” –decía mi bisabuela, medio paisana-medio italiana. ¡Que en paz descanse!
La destinataria –una página que supuestamente defiende a la gestión- tampoco se ocupó del asunto.
(Fuera de texto me pregunto una y otra vez si esta es una página oficial, como informara el diario El Imparcial. ¿O qué?)
Estoy persuadido de que ya es hora de que los funcionarios –de uno u otro signo político, incluidos los “apolíticos”, “no afiliados”, “independientes”, “técnicos”, etc.- despierten de su más que prolongado letargo.
No vaya a ser cosa que debamos calificar a las banderas K de estúpidos, por intentar matar a quienes desde hace rato miran las margaritas desde abajo.
José Rubén Capablanca.
Se dice que en Oriente las adoran. Así, por ejemplo, existe un templo al noroeste de la India donde se mantienen unas 20000 ratas con vida, en la creencia de que son las reencarnaciones de Karni Mata. Las alimentan con granos y leche. Ser tocado por una de ellas se considera una bendición.
En nuestro querido occidente la palabra “rata” tiene una indudable asociación negativa, que reconoce como origen histórico la propagación de enfermedades mortales (vg. la peste negra).
Especialmente, se las considera un animal peligroso, sucio, parasitario y ladrón de comida. Calificar a una persona con el mote de “rata” implica acusarlo de estar envuelto en algo sospechoso y deshonesto.
Por último “rata” es un término que usan los criminales para referirse a un informante o traidor, y también para designar a un “ratero” o ladrón, o a un defraudador. En política es utilizado para referirse a los miembros corruptos de esa clase.
Yendo al tema que nos convoca, todos convendremos en que una Rata suelta en la ciudad puede causar desastres. Pero creo que Uds. nunca se han preguntado qué pasaría si la más jodida de ellas lograra meterse en la Oficina de Personal (encima, en una municipalidad de medio pelo).
Ciertamente los efectos podrían ser catastróficos, porque sus efectos repercutirían sobre el bolsillo de todos nosotros: los contribuyentes. La cuestión se agravaría si se ensañara con ciertos legajos en particular; o si quisiera borrar con sus fauces los nombres inconvenientes para colocar sobre esos blancos a sus amigos o secuaces.
Esto estaría pasando en el municipio del revés, donde los ediles adictos a la droga K acusarían a la gloriosa Yrigoyenista de nombrar punteros políticos sin ningún retaceo. Lo dicho me causa mucho más estupor cuando busqué en los medios una respuesta tenaz ante estas serias acusaciones y sólo encontré un vacío absoluto.
“Quien calla otorga, m’ijo” –decía mi bisabuela, medio paisana-medio italiana. ¡Que en paz descanse!
La destinataria –una página que supuestamente defiende a la gestión- tampoco se ocupó del asunto.
(Fuera de texto me pregunto una y otra vez si esta es una página oficial, como informara el diario El Imparcial. ¿O qué?)
Estoy persuadido de que ya es hora de que los funcionarios –de uno u otro signo político, incluidos los “apolíticos”, “no afiliados”, “independientes”, “técnicos”, etc.- despierten de su más que prolongado letargo.
No vaya a ser cosa que debamos calificar a las banderas K de estúpidos, por intentar matar a quienes desde hace rato miran las margaritas desde abajo.
José Rubén Capablanca.